11 noviembre, 2010

El bizcocho maldito

Reprímete ante su irresistibilidad

Portugal. Después de un día de excursión ha llegado la hora de volver a España, pero antes, como no, hay que pasarse por alguna pastelería.

No es difícil.

El país está plagado de ellas. Sorprendentemente no ocurre lo mismo con los gordos.

Entras y empiezas a mirar mostradores llenos de delicias.

Cuanto llega tu turno lo primero que piensas, como siempre, es cómo se dirá en portugués vaya cogiendo dos cajas que en una no van a caber.

Entre otras cosas que te llenan el ojo destaca lo que parece una bomba de chocolate, cubierta dura y masa compacta. Algo que tal vez no engorde porque su tremenda densidad le impida atravesar la pared intestinal. Te llevas los dos que quedan.

Es tarde y te vas directamente, sin parar para disfrutar un zumo de naranja natural y un pastel, pero de camino al coche es el momento de atacarle a alguno. Luego habrá que conducir y pensando en el cargamento de pasteles no es seguro circular. Sin dudarlo vas a por el monstruo de chocolate. Tus papilas gustativas van a estarte dando las gracias por ello hasta que puedas lavarte los dientes, y para eso queda mucho todavía.

¡Gran error!

El bizcocho es, al menos, tan contundente como esperabas, pero no hay rastro de dulzura en él. Sabe ácido con un fondo amargo. El producto ideal para que una bruja se haga una casita a salvo de niños golosos. Le das otra bocada para confirmar y ya no queda duda. No conseguirás terminarlo. Para más inri el bolo se queda atorado en el fondo de la garganta y no te queda más remedio que andarlo toqueteando con la lengua. ¡Que dolor!

Un perro vagabundo llega al rescate. Ha empezado a seguiros por el olor de la bolsa llena de pasteles. El pobre no se imagina la que le viene encima. Lo miras. Él te mira.

Pasas junto a un árbol y dejas los restos del engendro apoyados entre las raíces poniendo cara de buena persona, aunque sabes que el señor de los perros no te perdonará nunca. Suerte que, también para eso, eres ateo.

El perro te sigue mirando. El desgraciado es más listo de lo que pensabas y pasa del pastel. Ahora tendrás que recogerlo y tirarlo en una papelera, o en un contenedor para residuos biopeligrosos. Lo que primero aparezca.

¡Espera! El muy tonto se queda atrás. Mira al árbol y se acerca a lo que has dejado en el suelo. Lo huele un poco y se pone a masticar. Si le cuesta tanto como a ti pronto tendrá que cruzar la calle y bajar al río para empujar con un poco de agua.

Tu sigues sin mirar atrás. Los remordimientos durarán más tiempo del que piensas, que ya no es poco.

Epílogo

Por si no has estado atento a la historia te resumo: ¡NUNCA NUNCA NUNCA compres pasteles como el de la foto! Hala. Dicho queda.

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