24 febrero, 2011

Los hombres hacen estas cosas

Esta mañana me llamó mi padre para preguntarme si tenía tiempo libre por la tarde. Le dije que sí, que qué necesitaba. "Era para ver si podías venir a mover unas pastas" fue la respuesta.
Por si alguien no lo sabe una pasta es una piedra plana y larga de acabado basto que se apoya verticalmente en el suelo para cerrar completamente el perímetro de una finca. Aclarado esto prosigo.
Llego a casa de mis padres y me cambio por una ropa de faena. Bajo a la finca y allí estaba mi padre lidiando con la pared. Las piedras aguantan verticales porque están clavadas en la tierra y porque quedan presionadas unas contra otras de modo que el grupo hace piña. La situación era esta: la pasta en cuestión que había que poner estaba tumbada en el suelo, alineada con un agujero en el que tenía que entrar. El problema es que las pastas vecinas se habían achicado y no cabía en el hueco entre ellas, de modo que con una palanqueta y unos tacos de madera estaba tratando de aumentar la separación entre las piedras. Después de un rato haciendo palanca, unos tacos metidos en el agujero y el habilidoso uso de un hacha para convertir una rama muerta en una cuña todo estaba listo para levantar la piedra.
Yo me agaché para tantearla, pero mi padre pensó que me lanzaba al levantamiento y me siguió, de modo que hubo que empezar en serio. La condenada pesaba como un muerto, o más bien como unos cuantos, y de los gordos. Cosas de ser una losa de granito de 1,80 metros. El suelo estaba en desnivel y lleno de basura, principalmente trozos de manguera viejos mojados que hacían resbalar las botas, con lo que el punto de apoyo no era bueno. Arquímedes se avergonzaría de nuestro comportamiento. Mi padre soltó el peso un momento para alcanzar un larguero que usar como contrafuerte y en ese momento no queda otro remedio que soltar el típico "Tranquilo que lo aguanto yo solo" mientras te dejas el hombro contra una piedra con el canto en filo que sin mucho esfuerzo pasaría de los 350 Kg.
Una vez presentada entre sus compañeras llegó el turno del ajuste fino: hora de coger de nuevo la palanqueta. Mi padre abría agujero entre las losas y yo empujaba con intención de que aquello se moviera para ajustar con la vecina. La sensación era de que solamente yo me movía ladera abajo, pero poco a poco fue quedando en su posición.
Una vez terminado y viendo que sobraban horas de sol tocó reconstruir un trozo de muro de bloques, pero eso ya no es cosa de hombres, salvo por lo de cortar un bloque de obra con una amoladora, cincelar y esas cosillas.
Fue una tarde divertida, como atestigua el moratón con perfil de canto de granito que luzco con orgullo en el hombro izquierdo.
Los jueves suele ser tarde de piscina, pero Bea está lesionada y hemos pasado. No he notado la falta de ejercicio.

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