18 octubre, 2010

¡Es que yo quiero ir para abajo!

Esta mañana en la Calle de San Amaro se metió un camión articulado cargado, según indicaba su rotulación, con piezas de automóviles. Se ve que no era del lugar (o no se metería por semejante callejón) y se quedó atascado librando por unos metros el paso al Camino de la Atalaya.

Como es costumbre a esas horas el tráfico era relativamente alto para la vía y se formó la consabida caravana que poco a poco desaguaba por la Atalaya para luego tratar de recuperar su ruta.

El conductor estaba a pie de calle analizando el tinglao en que se había metido.

Yo seguí mi camino.

A la media hora, cuando volvía a pasar por el lugar el hombre estaba junto a la puerta trasera de su camión relajado, fumando un cigarro mientras esperaba el desenlace y hacía señas a los conductores que seguían formando recua para que tomaran por Atalaya.

Uno de los coches de la caravana se detuvo junto al camión, posiblemente esperando a que otro maniobrara en el cerrado giro para coger el desvío. Pero no había ya nadie delante de él y no avanzaba.

El camionero gesticuló con su mano derecha al mejor estilo de la venemérita -¡Circule! ¡Circule!- mientras con la derecha seguía disfrutando del cigarrillo.

El automovilista giró la manivela de su ventanilla y asomando la cabeza le aclaró: ¡Es que yo quiero ir para abajo!

Se ve que el camionero estaba más curtido que yo, porque en lugar de descojonarse de la risa como me sucedió a mi, simplemente le repitió la indicación de que siguiese circulando.

Historias que pasan a las ocho de la mañana.

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